Últimamente me encuentro ida por horas pensando en la humanidad y la existencia. He pasado leyendo libros de Cortázar y Kerouac. Si bien, no son ellos existencialistas en una forma filosofía clásica, pues lo son al final del día cuando me dejan amando este invierno, la lluvia y como los días que duran más se vuelven oscuros en mi casa.
Siempre he sido una persona influenciada por el clima y las estaciones, pero hoy no es eso, cada vez me interesan menos cosas. Y no estoy deprimida, ni amargada, ni hastiada… no es eso para nada. De hecho, la mayor parte del tiempo estoy de buen humor, me río bastante. Sin embargo cada vez me importan más las cosas que no le importan a los demás, como las mariposas en las flores o la sombra de un árbol o cosas que van así de tomadas por sentadas por la humanidad, como eso que somos polvo cósmico: estrellas.
Resulta que todos y cada uno de los átomos que componen nuestro cuerpo comenzaron a existir en un solo y recóndito lugar del Universo, hace eones. Imaginen una gran vagina primigenia y fundamental que contuviera en su palpitante interior toda la energía del Espacio. El tiempo aún no existe, ya que esta portentosa vagina cuántica se encuentra en un estado de permanente eclosión: es el origen de todas las cosas.
Nadie sabe cuándo se produjo el Gran Orgasmo Cósmico, pero podemos imaginarlo como una poderosa corriente de partículas elementales que convulsiona en el vacío, en virtud de algún azar inaprensible e inconmensurable: chorros y chorros de pura materia explotando en las mismísimas entrañas de ese agujero negro, inmenso y secreto.
Quizá entonces todo quedara en silencio, tal y como ocurría cuando se tiene un gran orgasmo, con los ojos casi blancos, las piernas duras que se aprietan hacían adentro y una sensación de propulsor energético de adentro hacia afuera.
Lo que sí es seguro, es que las estrellas se formaron a partir de esa primera y última explosión. Y que las personas estamos hechas de la misma sustancia que las estrellas -es que no hay otra- y que nuestro único objeto es la existencia misma.
No hay ningún sentido. No hay nada que buscar. Nuestra conciencia como individuos dotados de razón y sentimientos es un aspecto absolutamente intrascendente en este punto: al Universo nuestra conciencia le importa una mierda.
Así que, cuando estén confundidos, piensa en esto. Cuando se sientan sobrepasados por la exigencia laboral en un mundo competitivo y en constante cambio, piensa en esto. Cuando sopese la posibilidad de apuntarse a un curso de pilates, piensa en esto. Cuando les inviten a bailar, cuando contraten un plan de pensiones, cuando no se empalme, cuando decidas que no quieres a alguien para vuestra vida, cuando vayáis a morir, joder: un segundo antes de vuestro puto estertor final, por favor, trata de pensar en esto.
Einstein lo decía ya, "la materia sólo se transforma", pero por si no quedara claro Kerouac lo decía más lindo: "We were never really born, we will never really die."
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